Barra Café 77

El número y la taza 7️⃣7️⃣

Es posible que todo café sea, en su forma más pura, una meditación sobre el tiempo. No el que marcan los relojes, sino ese otro que se filtra como una bebida oscura desde lo remoto hasta la conciencia. El número siete —repetido, poderoso en su duplicación cabalística— encierra una promesa de infinitud.

No se entra a Barra Café 77 como quien entra a un comercio. Se cruza un umbral. El espacio —amplio, acogedor, con una terraza que respira luz— se dispone al encuentro. Entre sus muros ocurre una ceremonia secreta: el tránsito del grano al espíritu. El grano, originario de Chiapas o Veracruz, llega aquí con su historia intacta. El espíritu, en cambio, se posa en el comensal, que sin saberlo se convierte en lector de una taza escrita con espressos, filtrados o cold brew.

La repostería —refinada, con vocación de maridaje más que de protagonismo— acompaña como el margen acompaña al texto, potenciando su sentido sin desviarlo. Aunque el menú se despliega en elecciones concretas —un capuchino, un affogato— lo esencial ocurre en otro plano.

Tal vez por eso fue inevitable que ese mismo 10 de marzo, cuando Cafaith lanzó su pase al público por primera vez, Barra Café 77 abriera también sus puertas. Sin saberlo, compartimos origen, fecha y número. Hoy, tres meses después, lo celebramos. No como coincidencia, sino como signo.

Quizá todo esto se resuma en un número: 77. El primer siete remite a lo humano: los días, las notas, las direcciones. El segundo, al umbral: la repetición que no es copia, sino espejo. Juntos, contienen un enigma. El mismo que habita cada taza servida aquí: finita en volumen, infinita en resonancia.